le prodigó los cuidados más delicados; pero al ver que no daban resultado, le puso en la boca otro pastel de manteca derretida con azúcar y harina de flor. Y al punto recuperó la sensibilidad el genni, que salió de su desmayo, y conmovido todavía por el pastel y la demanda, dijo al joven principe: «¡Oh mi señor! La rosa marina de que me hablas, y cuya dueña es una joven princesa de China, está guardada por genn aéreos que día y noche se dedican á impedir que ningún pájaro vuele en torno á ella, que no deterioren su corola las gotas de lluvia y que el sol no la queme con su lumbre. Por tanto, no veo manera de arreglarme, una vez que te haya transportado al jardín donde ella vive, para burlar la vigilancia de esos guardianes aéreos que están enamorados de ella. ¡En verdad que mi perplejidad es una perplejidad grande! Pero dame ya otro de esos excelentes pasteles que tanto bien me han hecho. Y quizás sus cualidades ayuden á mi cerebro á dar con la coyuntura que anhelo. Porque es preciso que cumpla mi promesa para contigo, haciéndote lograr la rosa de tus deseos.»
Y el príncipe Nurgihán se apresuró á dar el pastel consabido al genni guardián de la selva, quien, tras de hacerlo desaparecer en el abismo de su gaznate, hundió su cabeza en la capucha de la reflexión. Y de repente alzó la cabeza, y dijo: «El pastel ha surtido efecto. Móntate en mi brazo y emprendamos el vuelo hacia la China. Porque ya he dado con el medio de burlar la vigilancia de los guardia-