bre; y le insultaba y le injuriaba mil veces al día y no le dejaba descansar de noche. Y el infortunado llegó á temer la maldad de ella y á temblar por sus fechorías, pues era un hombre tranquilo, prudente, sensible Ꭹ celoso de su reputación, aunque humilde y de condición pobre. Y para evitar escándalos y gritos, tenía costumbre de gastar cuanto ganaba, satisfaciendo así las exigencias de su seca, mala y áspera mujer. Y si, por desgracia, le ocurría que no ganase en la jornada bastante, durante toda la noche resonaban en sus oidos gritos y le abrumaban la cabeza escenas espantosas, sin tregua ni remisión. Y de tal modo, le hacía pasar ella noches más negras que el libro de su destino. Y podía aplicársele el dicho del poeta:
¡Cuántas noches sin alma me paso al lado de la polilla patuda de mi esposa!
¡Ah! ¡lástima que en la noche fúnebre de mis bodas no le hubiese dado una copa de veneno frío para hacerle estornudar su alma!
Entre otras aflicciones sufridas por aquel Job de la paciencia...