che sin la kenafa, haré que para tu cabeza sea la noche más negra que el Destino que te puso entre mis manos.» Y el infortunado Maruf suspiró: «¡Alah es Clemente y Generoso y Él es mi único recurso!» Y el pobre salió de su casa, y le rezumaban la pena y la aflicción en la piel de la frente.
Y fué á abrir su tienda en el zoco de los zapateros remendones, y alzando sus manos al cielo, dijo: «¡Te suplico, Señor, que me hagas ganar el importe de una onza de esa kenafa, y en la noche próxima me libres de la perversidad de esa mala mujer!»
Pero, por más que esperó en su miserable tienda, nadie fué á llevarle trabajo; de modo que al fin de la jornada no había ganado ni con qué comprar el pan de la céna. Entonces, con el corazón encogido y lleno de espanto por lo que le esperaba de su mujer, cerró su tienda y emprendió tristemente el camino de su casa.
Y he aqui que, al cruzar los zocos, pasó precisamente por delante de la tienda de un pastelero que vendía kenafa y otros pasteles, al cual conocía y le había compuesto calzado en otras ocasiones. Y el pastelero vió que Maruf iba lleno de desesperación y con la espalda agobiada como bajo el fardo de una pesada pena. Y le llamó por su nombre, y entonces vió que tenía los ojos anegados en lágrimas y el rostro pálido y deplorable. Y le dijo: «¡Oh maese Maruf! ¿por qué lloras? ¿Y cuál es la causa de tu pena? ¡Ven! Entra aquí á descansar y á contarme qué desgracia te aflige.» Y Maruf se acercó