esposas, y á los eunucos, grandes y pequeños, jóvenes y viejos. Además, hizo traer sacos de dinares, y se puso á sacar de ellos el oro á puñados y á repartirlo entre cuantos lo deseaban. Y de este modo todo el mundo le bendijo y le amó é hizo votos por su prosperidad y su larga vida.
Y de tal suerte transcurrieron veinte días, empleados por Maruf en hacer dádivas incalculables de día, y en refocilarse á su antojo de noche con su esposa la princesa, que estaba prendada apasionadamente de él.
Al cabo de aquellos veinte días, durante los cuales no se tuvo la menor noticia de la caravana de Maruf, las prodigalidades y locuras de Maruf habían ido tan lejos, que una mañana quedó completamente agotado el tesoro, y al abrir el armario de los sacos, el visir observó que estaba absolutamente vacío y que ya no quedaba nada que coger. Entonces, en el límite de la perplejidad, y con el alma llena de furor reconcentrado, fué á presentarse entre las manos del rey, y le dijo: «Alah aleje de nosotros las malas noticias, joh rey! Pero á fin de no incurrir, con mi silencio, en tus reproches justificados, debo decirte que el tesoro del reino está completamente exhausto, y que la maravillosa caravana de tu yerno el emir Maruf no ha llegado todavía para llenar los sacos vacíos.» Y el rey, al oir estas palabras, dijo, un poco preocupado: «¡Sí, por Alah! La verdad es que esa caravana se retrasa un tanto. Pero llegará, ¡inschalah!» Y el visir sonrió, y dijo: