cesa que se presentase en la sala de reunión. Y ordenó correr entre ella y el visir una ancha cortina, detrás de la cual se sentó ella. Y todo esto se dijo, combinó y ejecutó en ausencia de Maruf.
Y cuando hubo reflexionado en sus preguntas y combinado su plan, el visir dijo al rey que estaba dispuesto. Y por su parte, la princesa dijo á su padre, desde detrás de la cortina: «Heme aquí, ¡oh padre mio! ¿Qué deseas de mí?» El rey contestó: «Que hables con el visir.» Y preguntó ella entonces al visir: «Pues bien, visir, ¿qué quieres?» El visir dijo: «¡Oh mi señora! Debes saber que el tesoro del reino está completamente vacio, debido á los gastos y prodigalidades de tu esposo el emir Maruf. Además, no tenemos noticias de la asombrosa caravana cuya llegada nos ha anunciado con tanta frecuencia. Así es que tu padre el rey, inquieto por tal estado de cosas, ha creido que sólo tú podrías ilustrarnos respecto al particular, diciéndonos lo que piensas de tu esposo, y el efecto que ha producido en tu espíritu, y las sospechas que hayas concebido acerca de él durante estas veinte noches que ha pasado contigo.»
Al oir estas palabras del visir, la princesa contestó desde detrás de la cortina: «¡Alah colme con sus gracias al hijo de mi tío, el emir Maruf! ¿Qué pienso de él? Pues ¡por mi vida! nada más que cosas buenas. No hay en la tierra nervio de confitura que sea comparable al suyo en dulzura, sabor y gusto. Desde que soy su esposa engordo y me her-