una y otra parte, le conté la cosa y sometí el asunto á su criterio, mientras la joven se mantenía de pie, cuidadosamente envuelta en sus velos. Y el kadí me contestó: «¡Bien venida sea aqui! ¡Mi hija la cuidará y velará por que quede contenta!» Y acto seguido le puse entre las manos aquel depósito peligroso, y le confié el peligro viviente. Y la llevó á su harén, y yo me fui por mi camino.
Al día siguiente volví á casa del kadí para hacerme cargo del depósito que hube de confiarle; y decía para mi fuero interno: «¡Vaya, ualahí, que la noche ha debido ser de toda blancura para esas dos jóvenes! Pero en verdad que, por mucho que me devane los sesos, nunca llegaré á saber lo que ha pasado entre esas dos gacelas enamoradas. ¿Se oyó jamás hablar de una aventura semejante?» Y entretanto, llegué á la casa del kadi; y en cuanto entré, advertí un movimiento extraordinario y un tumulto de servidores asustados y de mujeres enloquecidas. Y de pronto, el kadi en persona, aquel jeque de barba blanca, se precipitó sobre mí y me gritó: «¡Vergüenza sobre las nulidades! ¡Has traído á mi casa una persona que se me ha llevado toda mi fortuna! Es preciso que des con ella, porque, si no, iré á quejarme de ti al sultán, que te hará probar la muerte roja.» Y como yo le pidiera más amplios detalles, me explicó, entre una porción de interjecciones, gritos, amenazas é injurias dirigidas á la joven, que por la mañana la mujer á quien había dado asilo á instancias mías había desapare-