mento en que se me toma por proveedor de alfombras.» Y golpeó sus manos una contra otra, y salió del palacio, y se marchó en pos de su mujer, muy enfadado.
Y al verle de aquel modo, su mujer le preguntó: «¿Por qué estás enfadado?» Él contestó: «Calla. Y sin hablar más, levántate y recoge la poca ropa que poseemos, y huyamos de este país.» Ella preguntó: «¿Por qué?» Él contestó: «Porque el rey quiere matarme dentro de tres días.» Ella dijo: «Pero ¿por qué?» Él contestó: «¡Quiere de mi una alfombra de una fanega de larga y de una fanega de ancha para la sala de su palacio!» Ella preguntó: «¿No es nada más que eso?» Él contestó: «Nada más.» Ella dijo: «Está bien. Duerme tranquilo, que mañana yo te traeré la alfombra consabida, y la extenderás en la sala del rey.» Entonces dijo él: «¡No me faltaba mas que eso! Buenos estamos ahora. ¿Te has vuelto tan loca como el visir, ¡oh mujer! ó acaso somos mercaderes de alfombras?» Pero ella contestó: «¿Quieres ahora mismo la alfombra? Porque te indicaré el sitio donde puedes encontrarla y traerla aquí.» Él dijo: «Sí, prefiero que lo hagas en seguida, para estar seguro. De ese modo podré dormir tranquilo.» Ella le dijo: «Siendo así, ¡oh hombre! yalah, levántate y ve á tal paraje, cercano á los jardines. Allí encontrarás un árbol torcido, debajo del cual hay un pozo. Y te inclinarás sobre ese pozo y mirarás adentro, y gritarás: «Tu querida amiga te envía la zalema por mediación mía, y te encarga que me entregues, para