venes esclavas blancas, con castañuelas en las manos, que se pusieron á bailar en el desván. Y cuando acabaron su danza, cada una de ellas echó diez bolsas de oro en las rodillas de Yasmina. Luego se volvieron todas al frasco.
Y Yasmina, la dama de los árabes, permaneció así en el desván tres días enteros, comiendo y divirtiéndose con las jóvenes del frasco. Y cada vez que las hacía salir, le echaban ellas, después de la danza, bolsas llenas de oro; de modo y manera, que á la postre quedó el desván lleno de oro hasta el techo.
Al cabo de aquel tiempo, el negro del mercader subió á la terraza para evacuar una necesidad. Y vió á la señora Yasmina, y se asombró, porque creia que ya se había marchado, según dijo la esposa del mercader. Y Yasmina le dijo: «¿Me ha enviado aquí tu amo para que me alimentéis, ó para que me dejéis más muerta de hambre y de sed que antes?» Y el esclavo contestó: «¡Ya setti! Mi amo creia que te habían dado pan, y que te habías marchado el mismo dia. » Luego echó á correr à la tienda de su amo, y le dijo: «¡Ya sidi! La pobre dama á quien enviaste conmigo á casa hace tres días ha estado todo ese tiempo en el desván de la terraza, sin comer ni beber nada.» Y el mercader, que era un hombre de bien, abandonó su tienda inmediatamente, y fué á decir á su mujer: «¿Cómo se entiende, ¡oh maldita!? ¿conque no das nada de comer á esa pobre señora?» Y la cogió y estuvo pegándola hasta