«¡Entonces, ven, y házmelo cuatro veces para darme ese frasco!» Ella le dijo: «Está bien, levántate y entra en ese cuarto para hacerlo.» Y entraron en el cuarto uno detrás de otro. Entonces Yasmina, la dama de los árabes, al ver que el rey se ponía de buenas á primeras en la postura requerida para aquella venta, se echó à reir de tal manera, que se cayó de trasero. Luego le dijo: «Maschalah, ¡oh! rey del tiempo! ¡Eres rey y sultán, y quieres dejarte perforar á cambio de un frasco! ¿Cómo, entonces, si piensas de ese modo, cargaste con la responsabilidad de matar al pescador que me había dicho: «Dame un beso y toma el frasco»?
Al oir estas palabras, el rey quedó aturdido y estupefacto. Luego reconoció á Yasmina, la dama de los árabes, y se echó á reir, y le dijo: «¿Pero eres tú? ¿Y es tuyo todo esto?» Y la abrazó y se reconcilió con ella. Y desde entonces vivieron juntos en plena armonía, contentos y prosperando. ¡Y loores á Alah, Ordenador de la armonía y Dispensador de la prosperidad y de la dicha!»
Y el capitán de policía Nur Al-Din, tras de contar así esta historia de Yasmina, la dama de los árabes, se calló. Y el sultán Baibars se regocijó mucho y se dilató al oirla, y le dijo: «¡Por Alah, que esa historia es extraordinaria!» Entonces un sexto capitán de policía, que se llamaba Gamal Al-Din, avanzó entre las manos de Baibars, y dijo: «Yo, ¡oh rey del tiempo! si me lo permites, voy á