estuve paseando por el mar, durante largo rato, después de lo cual me volví á la orilla. Entonces, maravillado de aquel don sobrenatural que poseía sin saberlo, me enorgullecí, y pensé: «¿Quién como yo puede andar por encima del agua?» Apenas había formulado este pensamiento, Alah me castigó por mi orgullo, poniendo en mi corazón la afición á via- jar. Y dejé los Santos Lugares. Y desde entonces vagué de aqui para allá, por toda la superficie de la tierra.
>> Y hete aquí que un dia que viajaba por el país de los rumís, cumpliendo rigurosamente los deberes de nuestra santa religión, llegué à una alta mon- taña, en cuya cumbre hay un monasterio cristiano, que estaba bajo la guarda de un monje. Había yo conocido á este monje en los Santos Lugares, y se llamaba Matruna. Así es que apenas me hubo visto, acudió respetuosamente á mi encuentro, y me in- vitó á descansar. Pero el miserable maquinaba mi perdición, pues cuando entré en el monasterio me hizo seguir una larga galería, al final de la cual se abría una puerta en la oscuridad. Y de pronto me empujó al fondo de aquella oscuridad, tiró de la puerta y me encerró. Y me dejó allí cuarenta días sin darme de comer ni beber, queriendo matarme de hambre, por odio á mi religión. >> Mientras tanto, llegó al monasterio de visita extraordinaria el general de los monjes, que, se- gún costumbre, iba acompañado de un séquito de diez monjes, muy jóvenes y muy lindos; y de una