mitian ni respirar siquiera. Así es que no dudé de mi muerte, sobre todo...
En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 126. NOCHE
Ella dijo:
...Así es que no dudé de mi muerte, sobre todo cuando vi lo que hacían las esclavas. Dos de ellas se sentaron sobre mi vientre, otras dos me sujeta- ron los pies, y otras dos se me sentaron en las rodi- llas. En seguida se levantó la joven, y auxiliada por otras dos esclavas, empezó á darme palos en la planta de los pies, hasta que cai desmayado de dolor. Entonces cesarian de golpearme. Después volvi de mi desmayo, y dije: «¡Prefiero la muerte mil veces á estos tormentos!»
Y ella, dispuesta á complacerme, cogió otra vez el espantable machete, lo afiló en su babucha, y or- denó á las esclavas: «¡Tendedle la piel del cuello!>> En este mismo instante, Alah me hizo recordar las últimas palabras de la pobre Aziza. Y exclamé:
«¡Qué dulce es la muerte, y cuán preferible á la traición!»