una gran pasión en el corazón del rey, y le dió el amor de aquella virgen. Y el rey la poseyó, y se de- leitó en la felicidad, olvidando en aquel lecho, en- tre muslos y brazos, todos los pesares de su impa- ciencia y su ansia de amor.
El rey permaneció durante todo un mes en el aposento de su esposa, sin dejarla un solo instante, por lo muy intima y adecuada con su temperamento que era aquella unión. Y la dejó preñada desde la primera noche.
Después de lo cual fué á sentarse en el trono de su justicia, y se ocupó en los asuntos del reino para el bien de sus súbditos, y llegada la noche, no de- jaba de visitar el aposento de su esposa, y así hasta el noveno mes.
Y en la última noche de este noveno mes sintió la reina los dolores del parto, se sentó en la silla parturienta, y al amanecer, Alah le facilitó el parto, y la reina dió á luz un varón marcado con la señal de la suerte y la fortuna.
En cuanto supo el rey la noticia de este naci- miento, se dilató hasta el límite de la dilatación y se alegró con una gran alegría, é hizo regalos de gran riqueza al anunciador. Después corrió hacia el lecho de su esposa, y cogiendo en brazos al niño, le besó entre los dos ojos, se maravilló de su her- mosura, y vió cuán perfectamente le cuadraban es- tos versos del poeta:
Desde que nació, le otorgó Alah la gloria y el lí