y nos inclinábamos á creer que todos aquellos suce- sos ocurrían en sueños. Después, con grandes seña- les de respeto, los diez nos ayudaron á meternos en su barca, y se pusieron todos á remar con tal vigor, que en un abrir y cerrar de ojos llegamos á la otra orilla. Pero apenas habíamos desembarcado, ¡cuál no sería nuestro terror al vernos cercados de pronto en redondo por los guardias del gobernador, y cap- turados inmediatamente! Los ladrones, como se ha- bian quedado en la barca, tuvieron tiempo de po- nerse fuera de su alcance á fuerza de remos.
>>Entonces el jefe de los guardias se nos acercó, y nos preguntó con voz amenazadora: «¿Quiénes sois y de dónde venis?» Sobrecogidos de miedo, nos quedamos mudos, lo cual acrecentó aún más la des- confianza del jefe de los guardias, que nos dijo: <¡Me vais á contestar categóricamente, ó en el acto os mando atar de pies y manos, y se os llevarán mis hombres! ¡Decidme, pues, en donde vivís, en qué calle y en qué barrio!» Entonces, queriendo salvar á toda costa la situación, comprendí que debía ha- blar, y respondi: «¡Oh señor! Somos músicos, y esta mujer es cantora de oficio. Esta noche estábamos en una fiesta que reclamaba nuestro concurso en la casa de esas personas que nos han traido hasta aquí. Pero no podemos deciros el nombre de esas perso- nas, pues en nuestro oficio no solemos enterarnos de tales pormenores, y nos basta sólo con que nos paguen bien.» Y el jefe de los guardias me miró severamente, y me dijo: ¡No tenéis mucha traza