sado que llevaba, y que debia de contener más de cinco mil dinares de oro, de lo cual, efectivamen- te, pude cerciorarme más adelante. Después prosi- guió: «¡Schamsennahar me ha encargado además que te pida, como última súplica, que nos des noti- cias, sean buenas ó malas, del príncipe Ali!»>
»No pude negarle lo que me pedía como un fa- vor, y á pesar de mi firme resolución de no meter- me más en aquella aventura peligrosa, le dije que aquella noche en mi casa le facilitaría noticias sobre el príncipe. Y después de rogar á la joven que fuese á mi tienda para dejar el paquete, salí de la mezquita y me dirigí á casa del principe Alí ben-Bekar.
>> Y alli me enteré de que todos, mujeres y servi- dores, me estaban aguardando hacía tres días, y no sabían cómo hacer para tranquilizar al príncipe Ali, que me reclamaba sin cesar, exhalando hondos sus- piros. Y le encontré con los ojos casi apagados, y con más aspecto de muerto que de vivo. Entonces me acerqué á él con lágrimas en los ojos, y le es- treché contra mi pecho...
En este momento de su narración, Schahrazada. vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.