Página:Las mil y una noches (Antoine Galland).djvu/17

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— 11 - taba al buey lo que pensaba hacer al día siguiente.— Seguiré practicando tu consejo, le respondió el buey.— Harás muy bien, le dijo el asno, con refinada malicia, puesto que tan bien te ha ido; sólo veo en ello un ligero inconveniente. Al entrar en la cuadra he oído decir al amo que ya que no puedes trabajar, que te lleven al matadero y aprovechen tu carne antes que enflaquezcas.— ¡Cáspita! eso no, replicó el buey, en ese caso ya estoy bueno. —Y en seguida se puso de pie y dio un bramido de alegría.

Al oir el labrador al asno, y al ver el maravilloso efecto que su astucia había producido, se echó á reir á carcajada tendida. La mujer quiso saber el motivo de esta risa, pero como el marido no podía revelar el secreto don que poseía sin perder la vida, se negó á decírselo. Ella entonces prorrumpió en amargo llanto, pateó, se arrancó los cabellos, y juró que si no se lo decía no volvería á juntarse más con él. Como la amaba con ternura, el labrador se apesadumbró profundamente al ver á su mujer en tal estado, y la rogó que no se empeñase en saber lo que no podía decirle, á cuyo ruego se unieron los de sus hijos y parientes. Nada, sin embargo, pudo vencer la terquedad de la mujer curiosa que permaneció llorando en un rincón del patio noche y día. El labrador no sabía qué partido tomar, y se sentó cabizbajo y pensativo delante de la puerta de un corral en donde estaba solazándose un gallo con sus gallinas. El perro fiel que guardaba la casa, al ver la algarabía del gallo:— ¿Cómo te atreves á recrearte así, le dijo, cuando nuestro amo se encuentra tan afligido y sin saber qué hacer para salir del apuro en que se encuentra? - ¿Pues qué le ha sucedido? le preguntó el gallo.— Que nuestra ama se ha encerrado en un cuarto, está llorando, y se empeña en que su marido le descubra un secreto que no puede éste decirle sin perder la vida; mas como quiere tanto á su mujer, me temo que se deje ablandar por los lloros de su esposa, y ya ves entonces la desgracia que á todos nos sucedería.-- Pues mira, si no es más que eso, le contestó el gallo, nuestro amo puede salir de su apuro fácilmente. Que coja una buena vara de acebo, que se encierre en su cuarto con su mujer, y que le mida bien con la vara las costillas.

Atento el afligido labrador al coloquio del perro y del gallo, no bien hubo oído á éste, se levantó, agarró un vergajo, y encerrándose con su mujer, de tal manera la cebó el coleto que, cesando en sus lloros, se