mas fácil: se moria silenciosamente i los nombres de las víctimas no podian despertar la compasion de nadie, pues se ignoraba el martirio. De esta manera se desarmaba tambien a la venganza.
Entre los condenados a la muerte del destierro en los presidios coloniales, se encontraba don Juan Enrique Rosales, anciano honorable, que habia ocupado altos puestos públicos durante la república i que se encontraba enfermo, casi moribundo.
Ese septuagenario tenia una hija jóven i hermosa, llamada Rosario, la cual desde que supo el triste destino de su padre no vaciló en seguirle a su prision, ligando para siempre su brillante porvenir al del autor de sus dias. No hai heroismo igual a los veinte años! No hai enerjía semejante a la suya para conseguir tan jeneroso intento!
La empresa, sin embargo, era mas árdua de lo que ella se habia imajinado; creyó la cosa mas natural que una hija siguiera a su padre a la prision, pero rio era así, se le prohibió acompañarle. Entónces la heróica jóven se lanzó de puerta en puerta para obtener ese