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EDIPO EN COLONO

El Extranjero.—Euménides, las que todo lo ven, es el nombre que les da la gente de este pais. Tienen también otros, hermosos por todos conceptos.

Edipo.—Que reciban, pues, propicias a este suplicante, para que no tenga ya que salir del asilo que me ofrece esta tierra.

El Extranjero.—¿Qué significa eso?

Edipo.—El sino de mi destino.

El Extranjero.—Pues no me atrevo a sacarte de aquí sin consultar antes con los ciudadanos, para que me digan qué debo hacer.

Edipo.—¡Por los dioses, extranjero!, no desdeñes a este vagabundo, y contéstame a lo que te suplico que me digas.

El Extranjero.—Habla, que no te haré tal injuria.

Edipo.—¿Qué pais es este en que nos encontramos?

El Extranjero.—Todo cuanto yo sepa vas a oirlo de mi. Este campo es sagrado; lo habita el venerable Neptuno y también el dios portador del fuego, el titán Prometeo. El suelo que pisas se llama la via de suelo de bronce de esta tierra, fundamento de Atenas. Los campos próximos se envanecen de estar bajo la protección de Colono; y todos llevan en común el nombre de este célebre caballero, con el que son designados. Esto es lo que puedo decirte, extranjero, acerca de estos sitios, no celebrados por la fama, pero mucho por el culto que les dan mis conciudadanos.

Edipo.—¿Y hay quien habite en estos lugares?

El Extranjero.—Sí; y llevan todos el nombre del dios.

Edipo.—¿Los gobierna un rey o el acuerdo del pueblo?

El Extranjero.—Por el soberano, que reside en la ciudad, son gobernados.