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TRAGEDIAS DE SÓFOCLES

constancias, qno irás en su auxilio, hijo mlo, cuando o nos salvamos si él se salva, o perecemos con él?

Hil-lo.—Me voy, pues, madre; que si hubiera yo sabido la profecia del oráculo, tiempo ha que estaria con él. Mas ahora, el propio destino del padre no es para que pos intranquilecemos ni temamos mucho por él. Pero ya que estoy informado, nada omitiré para averiguar la verdad de todo esto.

Deyanira.—Marcha, pues, hijo; que la dicha, aunqué venga tarde, cuando uno se entera de ella, le proporciona placer.

Coro.—Al que la tachonada noche al despojarse engendra y luego lo acuesta, al resplandeciente Sol, al Sol suplico que me anuncie dónde se encuentra el hijo de Alcumena. ¡Oh ardiente astro de esplendente brillol, den qué estrecho marino, en qué región de la tierra se halla? Dimelo, tú, que todo lo dominas con tu vista. Con el corazón lleno de ansiedad sé que está la en otro tiempo disputada Deyanira, cual lastimero ruiseñor, sin poder adormecer la inquietud de sus lacrimosos ojos; y avivando el temor que lo recuerda constan. temente la ausencia de su marido, se consume en solitario lecho que tanto le aflige el alma, esperando en su desdicha alguna fatal noticia de su consorte. Pues al modo que como en el ancho mar ve uno las muchas olas que van y vienen, movidas por el incansable soplo del Noto o del Bóreas, asi al hijo de Cadmo revuelven como al mar crótico y se le aumentan los fatigosos tra. bajos de su vida. Sin duda que algún dios le libra en sus peligrosas empresas de la mansión de Plutón; por lo que te reprendo con cariño y me opongo a tu afljeción. Digo, pues, que no debes perder la esperanza de buenas nuevas; porque vida exenta de dolor, no la otorgó a los mortales el omnipotente rey, hijo de Cronos;