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grande! Más alto que el farol y que el campanario. Y vino y... ¡se cayó! ¡Ah qué tonto eres, gigante! ¿Es que no veías el escalón? «¡Yo miraba a lo alto y no vi el escalón!», responde el gigante con una voz de bajo profundo. «¡Yo miraba a lo alto!» ¡Ah qué bruto eres, gigante! Es mejor mirar abajo: así, hubieras visto el escalón. Mira mi Pepín, gigante; ¡es tan guapo, tan inteligente! Será todavía más grande que tú. Dará unos pasos enormes. Caminará a través de la ciudad, sobre los bosques y las montañas. Será fuerte y valiente y no temerá nada, absolutamente nada. Caminará a través de los ríos. Todos le mirarán con la boca abierta, tan tontos, y él caminará a través de los ríos. Su vida será tan grande, tan clara y tan bella, y el sol brillará sobre su cabeza, el dulce sol, tan bonito. Desde la mañana brillará el dulce sol... ¡Dios mío, Dios mío!...

—Ya... Vino el gigante y... ¡se cayó! ¡Qué tonto es ese gigante, Dios mío, qué tonto es!...

Así, en la noche profunda, hablaba la madre, estrechando contra su corazón a su hijo moribundo. Paseaba con él a través de la habitación iluminada débilmente por el farol, y hablaba sin cesar. Y en la habitación de al lado se oía llorar al padre del niño.