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fuerte, hasta que no quede intacto ni un solo pedazo.

Y como niños contentos de haber encontrado un nuevo juego, todas las mujeres, gritando y riendo, se pusieron a pisotear el sitio donde debían encontrarse los pedazos del vaso. Poco a poco se enfurecían. No gritaban, no reían ya. No se oía mas que el ruido de los pies y la respiración pesada.

Luba, como una reina ultrajada, observaba esta escena. De pronto, como si lo hubiera comprendido todo, se arrojó como loca en medio de las mujeres y se puso ella también a pisotear el suelo ferozmente. Se pudiera creer que era una danza cualquiera, de un género especial, sin música ni ritmo.

El la miraba tranquilo y severo.

***

En la obscuridad se oyeron dos voces.

La de Luba, fina, sutil, manifestando un poco de miedo, como la voz de toda mujer en la obscuridad, y la voz del hombre, firme, tranquila, como lejana.

—¿Tienes los ojos abiertos?—preguntó la mujer.

—Sí.

—¿Piensas en algo?

—Sí pienso.

Una pausa; después, otra vez la voz de la mujer:

—Cuéntame algo de tus camaradas... si quieres...

—¿Por qué no? Eran...

Hablaba de ellos en pasado como si se tratara