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Pronunció respetuosamente el nombre de un alto dignatario muy conocido.

Pero el otro no respondió. Se sonreía y balanceaba uno de sus pies desnudos y peludos.

—¡Hay que responder cuando se pregunta!

—Déjele, no responderá. Esperemos al oficial de gendarmes y al procurador. Ellos sabrán hacerle hablar.

El oficial rió, pero estaba visiblemente de mal humor.

—Y tú, Luba, ¡nombre de Dios! ¿Por qué no le denunciaste inmediatamente?...

—Pero puesto que yo...

El oficial le dió a Luba dos bofetadas.

—¡Atrapa eso! ¡Yo te enseñaré a esconder gentes peligrosas!

El terrorista hizo un movimiento.

—¿No le gusta esto, joven?—dijo el oficial, que le menospreciaba cada vez más—. ¡Tanto peor! Habrá usted cubierto de besos. a esta puerca, y nosotros...

Y añadió un juramento cínico. Los agentes de policía tuvieron una sonrisa de confusión. Pero lo que era extraño, Luba sonrió también. Miraba benévolamente al viejo oficial como si admirara su buen humor y su alegría. Desde la entrada de la policía no había mirado al terrorista ni una sola vez, traicionándole ingenua y francamente. El lo comprendía y guardaba silencio, sonriendo con la sonrisa extraña de una piedra.

A la puerta se veían mujeres medio desnudas.