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lega—, tenía una browning y una veintena de balas. ¡Es verdaderamente estúpido!
El terrorista, con una sonrisa burlona, miraba desde lo alto de su nueva y terrible verdad al joven oficial y balanceaba con indiferencia su pie desnudo. No tenía la menor vergüenza de su desnudez, de sus pies sucios. Aunque se le hubiera llevado a una gran plaza, en medio de una multitud de hombres, mujeres y niños, habría permanecido con la misma tranquilidad, balanceando su pie y sonriendo.
—¡Estas gentes no tienen vergüenza!—dijo el viejo oficial de policía mirando con severidad al terrorista—. Les ruego, señores, que no le hablen. Tenemos instrucciones formales...
Pero en el cuarto han entrado otros oficiales mirando, cambiando observaciones. Uno de ellos que conocía al oficial de policía le tendió la mano. Luba coqueteaba con los recién venidos.
—Figúrense ustedes—refirió el joven—que te nía una browning con una veintena de balas... ¡Es idiota! Yo no lo entiendo.
—¡Tú no lo comprenderás jamás!
—¡Y, sin embargo, no son cobardes!...
—¡Tú eres un idealista!...
El viejo oficial de policía, que les escuchaba sonriéndose, se aproximó de pronto al terrorista, se plantó ante él y gritó, poniendo los ojos muy furiosos:
—¿No le da a usted vergüenza? ¡Póngase al me nos los pantalones! Le están mirando unos señores