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Página:Las tinieblas y otros cuentos.djvu/81

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egoístas y ávidas; la atmósfera de mentira, de odio y de terror; la huida allí, a Moscú. Luego se borró todo, no dejando en el alma mas que un dolor sordo. Y sin pensamientos Lorenzo Petrovich se durmió con un sueño pesado y profundo. La última cosa que vió antes de dormirse fué un rayo de Sol sobre la pared. Después llegó el olvido largo y absoluto.

Al día siguiente pusieron en su cama, sobre su cabeza, una placa negra con la inscripción siguiente: «Lorenzo Koscheverov, comerciante, cincuenta y dos años, admitido el 25 de febrero.» Placas semejantes estaban sobre las camas de los otros dos enfermos de la misma sala. En una de ellas se leía: «Felipe Speransky, chantre, cincuenta años.» En la otra: «Constantino Torbetsky, estudiante, veintitrés años.» Sobre las placas negras se destacaban lindamente inscripciones hechas con yeso que recordaban las que se hacen sobre las tumbas: aquí, en esta tierra húmeda y helada, yace un hombre.

El mismo día se pesó a Lorenzo Petrovich. Pesó 102 kilos.

—¡Es usted el hombre más pesado de todas las clínicas!—bromeó el practicante.

Era un hombre que hablaba y obraba como el médico mismo porque se debía al azar el que no hubiese recibido instrucción universitaria. Esperó a que Lorenzo Petrovich respondiera con una sonrisa como hacían todos los enfermos cuando el médico les dirigía una broma cualquiera. Pero aquel