el amor carnal de una prostituta que iba a encontrar en la casa de lenocinio: actualmente, cuando no sentía ya ningún deseo de poseer una mujer, y sobre todo la víspera de un acto tan grave y decisivo, su virginidad no tenía ya importancia ni él se la concedía. Pero aun así era desagradable, como un pequeño detalle repugnante por el que había que pasar absolutamente. Una vez, durante un acto terrorista al que había asistido como lanzador de bombas en reserva, vió un caballo muerto por la explosión, con la grupa desgarrada y los intestinos al aire; y este pequeño detalle terrible y repugnante y al mismo tiempo inútil e inevitable le causó una impresión aun más penosa que la muerte de su camarada, al que la misma bomba mató allí. Y en tanto que pensaba serenamente, sin miedo alguno, hasta con alegría, en lo que de allí a dos días iba a suceder, y en que, muy probablemente, habría de morir, la noche que tenía que pasar con una prostituta, con una mujer que hace del amor una profesión, le parecía absurda, estúpida, algo impropio y caótico...
Pero no había más remedio. Estaba ya tan extenuado que no se podía tener en pie.
II
Llegaba demasiado temprano: las diez de la noche; pero la gran sala blanca con sillas doradas y espejos a lo largo de las paredes estaba ya dis-