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un día le preguntó uno de los compañeros si sabía charquear tan bien como desollar, y aprovechó Celedonio la ocasión para decirle que se animaría á cortar un buey en redondeles como salame, con cuero, huesos y todo, nada más que con el cuchillo. Se burlaron de él, pero dejó que se burlaran y sostuvo su palabra, tanto que el patrón, habiendo oído contar la cosa, quiso saber hasta dónde podría llegar semejante jactancia, y le ofreció poner á su disposición un novillo para la prueba.

—Pero si no cumples con tu palabra, perderás todo tu sueldo de un mes.

—Bueno, patrón—dijo Celedonio, pero si cumplo, & me duplica usted ese mismo sueldo?

Al patrón no le gustaba mucho decir que sí, orque le había causado tanta admiración el modo de trabajar de Celedonio, que no lo creía del todo incapaz de hacer lo que ofrecía; pero todos los peones estaban ahí, tan deseosos de que se verificara la prueba, tan seguros de que no iba á poder, que, pensando, por otra parte, que por cortador que fuera el cuchillo, pronto se mellaría en los huesos, aceptó la apuesta.

Un domingo, trajeron á la playa un novillo bien gordo y grande, lo desnucaron, lo degollaron, le sacaron la panza, y, en medio de un gran concurso de gente, se aprontó Celedonio á principiar la obra. Tenía, por si acaso, dos buenos cuchillos, bien afilados con la piedra del forastero.

En el momento en que iba á empezar, una voz —algo parecida á la de doña Sinforosa, gritó de entre la gente :

¡Cien pesos al patrón!—y fué como una señal ; todos empezaron á gritar, apostando también contra