Página:Las veladas del tropero (1919).pdf/22

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
— 18 —

iba. Pero en este momento, el caballo hundió la mano de modo tan terrible en una cueva de peludo, que antes que pudiera pensarlo, estaba tendido en el suelo don Cirilo, como cualquier maturrango, y con la muñeca recalcada.

Tuvo á la fuerza que descansar unos cuantos días, durante los cuales, más de una vez, pasó por su memoria la figura del buey corneta, enorme, renegrido, con su mirada fatídica. Y como, justamente, mientras se estaba acordando de él, le viniera el capataz á avisar que, desde dos días, faltaban del campo, sin que se les pudiera encontrar en ninguna parte, unos caballos ajenos que, desde mucho tiempo ya, se tenían para los trabajos más penosos, don Cirilo no pudo dejar de exclamar que ya, para él, sin duda alguna, el buey era algún mandado de Mandinga.

—De otro modo—dijo,—¿cómo será que desde que anda por mi campo, sin que se sepa de dónde ha salido, no se puede carnear á gusto ni utilizar un ajeno?

Y entre sí resolvió que no pasarían muchos días sin que le viera el cuero al revés al maldito animal, y esto, á pesar de ser de su marca.

Mientras tanto, y como las malas mañas nunca se van así no más, en un abrir y cerrar de ojos, ya que se le compuso la mano lo bastante para poder trabajar, pensó en contraseñalar unas diez ó doce ovejas ajenas que, desde días atrás, andaban mixturadas con su majada. Eran de una vecina, viuda, con bastantes hijos y comadre de don Cirilo; de una mujer que, si le hubiera pedido cualquier servicio, se lo hubiera prestado, no sólo con gusto, sino hasta sacrificándose, pero la tentación de apropiarse animales ajenos