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Plutarco.—Las vidas paralelas.

jas; y un escudo que se hizo de oro, en el que no puso ninguna de las insignias usadas por los Atenienses, sino un Cupido armado del rayo. Al ver estas cosas, los ciudadanos más distinguidos, además de abominarlas y llevarlas mal, temian su osadía y su ningun miramiento, como tiráni—cos y disparatados; pero con el pueblo sucedia lo que Aristófanes expresó bellamente en estos términos:

A un tiempo le desea y le aborrece; Mas con todo en tenerle se complace.

Y más bellamente todavía en esta alusion á él:

No criar el leon lo mejor fuera; Mas aquel que en criarle tiene gusto, Fuerza es que á sus costumbres se acomode.

Porque sus donativos y sus gastos en los coros; sus obsequios á la ciudad, superiores á toda ponderacion; el esplendor de su linaje, el poder de su elocuencia y la belleza de su persona; y sus fuerzas corporales juntas con su experiencia en las cosas de la guerra, y su decidido valor, hacian que los Atenienses fueran con él indulgente en todo lo demas, y se lo llevaran en paciencia, dando siempre á sus extravíos los nombres benignísimos de juegos y muchachadas. Fué uno de ellos haber puesto preso al pintor Agatarco, y remunerarlo despues con dones, porque le pintó la casa: otro dar de bofetadas á Taureas, su contendor en un coro, porque le disputó la victoria; y otro asimismo haberse tomado de entre los cautivos á una mujer de Melia, y ayuntándose á ella criar un niño te"nido en la misma; porque tambien esto lo calificaban de bondad; y todo, menos el que tuvo gran parte de culpa én que se diese indistintamente muerte á todos los Melios, defendiendo el decreto. Cuando Aristofonte pintó á