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CAYO MARIO.

oirlo Mario se quedó de aflicion y congoja sin palabras, y estuvo largo rato inmoble, mirando con indignacion al lictor. Preguntóle éste, qué decía y qué contestaba al general. Entonces, dando un profundo suspiro, «dile, le respondió, que has visto á Mario fugitivo sentado sobre las ruinas de Cartago:» poniendo con razon en paralelo la suerte de esta ciudad y la mudanza de su fortuna para que sirvieran de ejemplo. En tanto, Yamsal, rey de los Númidas, estando en sus resoluciones á dos haces, traló con consideracion al jóven Mario; pero queriendo marchar, le detenia siempre con algun pretexto; y desde luego podia discurrirse que no habia un buen fin para esta detencion.

Con todo, por uno de aquellos sucesos que no son raros, pudo salvarse: porque siendo este mozo de muy recomendable ûgura, una de las amigas del Rey sentia mucho verle padecer sin motivo; y esta compasion era un principio y pretexto de amor. Mario en los primeros momentos la desairó; pero cuando ya vió que su suerte po tenía olra salida, y que aquella mujer obraba más de véras que lo que correspondia á un mal deseo pasajero, condescendió con su buena voluntad, y facilitandole ella la evasion, y buyendo con sus amigos, se encaminó al punto donde su padre se hallaba. Luego que recíprocamente se saludaron, caminando por la orilla del mar, se ofrecieron á su vista unos escorpiones que entre si peleaban, lo que á Mario parecio mala señal: subiendo, pues, en un barco de pescador, hicieron viaje á Corcina, isla que no dista mucho del continente; habiendo sido tan poco lo que se adelantaron, que cuando daban la vela vieron venir soldados de á caballo de los del Rey, corriendo al mismo sitio donde se embarcaron; por lo que le pareció á Mario haberse librado de un peligro que en nada era inferior á los otros.

Declase en Roma que Sila hacía la guerra en la Beocia á los generales de Mitrídates; mas en tanto, desavenidos los Cónsules, corrian á las armas, y librándose balalla, Octa-