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ALEJANDRO.

había recibido el vivir, del otro el vivir bien; pero al cabo de tiempo se resfrió con él, no hasta el punto de ofenderle en nada, sino que el no tener ya sus obsequios el calor y viveza que antes, daba muestras de aquella indisposicion.

Sin embargo, el amor y deseo de la filosofia que aquél le infundió ya no se borró nunca de su alma, como lo alestiguan el honor que dispensó á Anaxarco, los cincuenta talentos enviados á Jenocrates, y el amparo que en él ballacon Dandamis y Calano.

Hacia Filipe la guerra á los Bizantinos cuando Alejandro no tenía más que díez y seis años; y habiendo quedado en Macedonia con el Gobierno y con el sello de él, domó á los Medos que se habian revelado; tomóles la capital, de la que arrojó á los bárbaros, y repoblándola con gentes de diferentes países, le dió el nombre de Alejandrópolis. En Queronea concurrió á la batalla dada contra los Griegos, y se dice haber sido el primero que acometió á la cohorte sagrada de los Tebanos; y todavía en nuestro tiempo se muestra á orillas del Cefiso una encina antigua llamada de Alejandro, junto a la que tuvo su tienda; y allí cerca está el cementerio de los Macedonios. Filipo con estos hechos amaba extraordinariamente al hijo, tanto, que se alegraba de que los Macedoníos llamaran rey á Alejandro y general á Filipo; pero las inquietudes que sobrevinieron en la casa con motivo de los amores y los matrimonios de ésle, haciendo en cierta manera que enfermara el reino á la par de la union conyugal, produjeron muchas quejas y grandes desavenencias; las que hacía mayores el mal genio de Olimpiada, mujer suspicaz y colérica, que procuraba acalorar á Alejandro. Hizolas subir de punto Atalo en las bodas de Cleopatra, doncella con quien se casó Pilipo, enamorado de ella fuera de su edad. Era tio de ésta Atalo, y embriagado, en medio de los brindis exhortaba á los Macedonios á que pidieran á los Dioses les concedieran de Filipo y Cleopatra un sucesor legitimo del reino. Irritado