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Plutarco.—Las vidas paralelas.

conmueve y altera, padeciendo vértigos, y estando expuestos á quedarse privados; pero esto no fué así, sino que queriendo César levantarse al Senado, se refiere haber sido detenido por Cornelio Balbo, uno de sus amigos, ó por mejor decir de sus aduladores, quien le dijo: «¡No te acordarás de que eres César? ¿ni dejarás que te respeten como corresponde á quien vale más que ellos?» Agregóse á estos incidentes el insulto hecho á los tribunos de la plebe; porque se celebraba la fiesta de los Lupercales, acerca de la cual dicen muchos que en lo antiguo era fiesta pastoril, bastante parecida á otra tambien Lupercal de la Arcadia. Muchos de los jóvenes patricios, y de los que ejercen magistraturas, corren á una por la ciudad desnudos, hiriendo por juego con correas ao adobadas á los que encuentran. Pónenseles delante de intento muchas mujeres de los primeros ciudadanos, y como en una escuela presentan las palmas de las manos á sus golpes, por estar persuadidas de que esto aprovecha á las que están en cinta para tener buen parto, y á las que no tienen hijos para hacerse embarazadas. Era César espectador de estos regocijos, sentado en la tribuna en silla de oro, y adornado con ropas triunfales; y como á Antonio por hallarse de cónsul le tocase ser uno de los que ejeculaban la carrera sagrada, cuando llegó á la plaza y la muchedumbre le abrió calle, llevando dispuesta una diadema enredada en una corona de laurel, la alargó á César, á lo que se siguió el aplauso de muy pocos, que se conoció estaban preparados; mas cuando César la apartó de sí, aplaudió todo el pueblo.

Vuelve å presentarla; aplauden pocos: la repele; otra vez Lodos. Desaprobada así esta tentativa, levántase César, y manda que aquella corona la lleven al Capitolio. Viéronse de allí á poco sus estatuas ceñidas con diademas reales, y dos de los tribunos de la plebe, Flavio y Marcelo, acudieron y las despojaron; é inquiriendo y averiguando quiénes eran los primeros que habían saludado á César con el título