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Plutarco.—Las vidas paralelas.

traba poco sufrido áun en medio de sus prosperidades; pues que bajaba con frecuencia á Esparta, enamorado siempre de Agiatides, y teniéndola en el mayor aprecio y estimacion. Sorprendióse, pues, y sintió el más vivo dolor, como era preciso en un joven que perdia una mujer bella y virtuosa; y sin embargo, no hizo en medio de tanto pesar nada que desdijese de su grandeza de alma, ó que posiera mengua en ella; sino que conservando la misma voz, el mismo continente, y el mismo semblante con que siempre se mostraba, atendió á dar las órdenes á los caudillos, y i proveer á la seguridad de los Tegeatas. A la mañana muy temprano bajó á Lacedemonia; y habiendo en casa desabogado el llanto con la madre y los hijos, inmediatamente volvió á entregarse al despacho de los negocios; y como Tolomeo, rey de Egipto, para ofrecerle socorros exigiese que le diera en rehenes á los hijos y á la madre, estavo largo tiempo sin atreverse á decirselo á ésta; y entrando muchas veces con este intento, en el acto mismo de ir á hablar enmudecía; tanto, que ella misma llegó á concebir alguna sospecha, y preguntó á sus amigos qué era en lo que se detenia cuando la visitaba. Por fin, habiéndose determinado Cleomenes á manifestárselo, se echó á reir diciéndole: «¿Y esto era lo que tenías que proponerme y que tanto miedo te costaba? ¿por qué, pues, no te das prisa á poner en un barco este mi cuerpo, y á enviarlo donde pueda ser útil á Esparta, ántes que con la vejez se destruya aquí sentado sin ser de provecho para nada?» Cuando todo estaba dispuesto fueron á pié á Tenaro, y los acompañó el ejército con armas; y al ir Crutesidea á embarcarse, llevó a Cleomenes solo al templo de Neptuno; y babiéndole abrazado y saludado tiernamente, como le viese apesadumbrado y afligido, «ea, le dijo, oh Rey de los Lacedemonios, cuando salgamos á fuera es menester que nadie advierta que hemos llorado, y que no hagamos nada que sea indigno de Esparta: porque esto solo está en nues-