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Plutarco.—Las vidas paralelas.

dió que se le permitiera ir solo con sus amigos; peró de nadie fué escuchado, porque el Rey á nadie daba oidos, entretenido siempre con mujerzuelas, con los regocijos de Baco y con comilonas; y el que lo dirigia y gobernaba todo, que era Sosibio, si detenia á Cleomenes contra su deseo, le miraba como desasosegado y temible; y en el caso de dejarle marchar, le infundía recelos un hombre osado y de grandes alientos, que estaba muy hecho cargo de las dolencias de aquel reino. Porque ni áun las dádivas le dominaban; sino que así como Apis, cuando parecía que nadaba en la abundancia y en el placer, lo inquietaba el deseo de una vida segun su genio, y de las carreras y juegos en toda libertad, viéndose claramente que le era insufrible el que le contuviera la mano del sacerdote; del mismo modo á Cleomenes ningun regalo le lisonjeaba, sino que como á Aquiles El fuerte corazon se le angustiaba De verse alli encerrado; y de las lides En el deseo bullicioso ardia.

Cuando sus cosas se hallaban en este estado, llega á Alejandría Nicágoras de Mesena, hombre que aborrecia á Cleomenes, aunque aparentaba serie amigo; y es que le habia vendido años pasados una buena posesion, y por penuria de dinero, á lo que entiendo, ó quizá por falta de oportunidad con motivo de las continuadas guerras, no habia aún recibido el precio. Viéndole, pues, entonces Cleomenes saltar en tierra desde la nave, porque casualmente se estaba paseando en el desembarcadero del puerto, le saludó con afecto, y le preguntó cuál era la causa que le condueia al Egipto. Correspondióle Nicágoras con afabilidad; y contestándole que traia para el Rey caballos hechos a la guerra, Cleomenes se echó á reir: y «yo te aconsejaria, le dijo, que más bien le trajeras tañedoras