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TIBERIO Y CAYO, GRACOS.

pion contra Numancia. Ejecutadas estas cosas por Tiberio á todo su placer, sin que nadie se le opusiera, nombro además tribuno, no á una persona conocida, sino á un tal Mucio, que ora su cliente; de lo que ofendidos los poderosos, y temiendo el poder que aquél iba adquiriendo, en el Senado le mortificaron y humillaron cuanto pudieron: pues que pidiendo, como era de costumbre, una tienda donde pudiera hacer el repartimiento de las tierras, no se ta dieron, siendo así que se concedian á otros para objelos de menor entidad; y para expensas le señalaron por dia nueve óbolos (t); siendo Publio Nasica quien promovia estas cosas, exponiéndose sin reserva á su enemistad: porque era el que más tierras poseía de las del público, y llevaba muy á mal que se le precisara á dejarlas. Con esto el pueblo se encendia más; y habiendo muerto de repente un amigo de Tiberio, como en el cadáver se notasen ciertas señales reparables, empezaron á gritar que lo habian muerto con veneno; corrieron á su entierro, tomaron en hombros el féretro, y no se apartaron miéntras se le daba sepultura; no fallándoles razon para sospechar del veneno.

Porque el cadáver se reventó, y arrojó gran cantidad de un humor corrompido: tanto, que se apagó la hoguera; y formando otra, no quiso arder hasta que la mudaron á otro tugar; y aun allí tuvieron mucho que hacer para que en él prendiera el fuego. En vista de estas cosas, Tiberio irritaba más á la muchedumbre; pues que mudó las vestiduras, y presentando los hijos, pedia al pueblo que se encargara de ellos y. de su madre, considerándose ya perdido.

Habia muerto el rey Atalo Filometor, y vino Eudemo de Pérgamo á traer el testamento, en el que estaba nombrado heredero el pueblo romano; y arengando al punto Tiberio á la muchedumbre, propuso una ley para que llegado que (1) El óbolo valia menos de seis maravedia de nuestra moneda como ya lo hemos dicho en otra parte.

TOMO IV.

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