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Plutarco.—Las vidas paralelas.

tándose á sí mismo el mayor consuelo en sus grandes infortunios, que era el que pareciese haber sido vencido por un hombre superior á la humana naturaleza; sino que más bien admirara en Alejandro el haber dado mayores muestras de continencia y moderacion con las mujeres de los Persas, que de valor con sus maridos. Continuaba el camarero protiriendo terribles juramentos en confirmacion de lo que había dicho, y celebrando la moderacion y grandeza de ánimo de Alejandro, cuando saliendo Darío á donde estaban sus amigos, y levantando las manos al cielo: «Dioses patrios, exclamó, tutelares del reino, dadme ante todas cosas el que vuelva á ver en pié la fortuna de los Persas, y que la deje fortalecida con los bienes que la recibí, para que vencedor, pueda retornar á Alejandro los favores que en tal adversidad ha dispensado á los objetos que me son más caros; y si es que se acerca el tiempo que la venganza del cielo tiene prefinido para el trastorno de las cosas de Persia, que ninguno otro hombre que Alejandro se siente en el trono de Ciro.» Los más de los historiadores convienen en que estas cosas sucedieron y se dijeron como aquí van referidas.

Alejandro, despues de haber puesto á su obediencia todo el país de la parte acá del Eufrates, movió contra Darío, que bajaba con un millon de combatientes. Refirióle uno de sus amigos una ocurrencia digna de risa, y fué que los asistentes y bagajeros del ejército por juego se habian dividido en dos bandos, cada uno de los cuales tenía su caudillo y general, al que los unos llamaban Alejandro, y los otros Darío. Empezaron á combatirse de léjos tírándose terrones unos á otros; despues vinieron á las puñadas, y acalorada la contienda, llegaron hasta las piedras y los palos, habiendo costado mucho trabajo el separarlos. Enterado de ello, mandó que los caudillos se balieran en duelo, armando él por sí mismo á Alejandro, y Filotas á Dario; y el ejército fué espectador de aquet desafío, tomando lo que en él su-