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ALEJANDRO.

dijo, que hablando de mí continuamente de este modo y alborotándome á los Macedonios, le has de ir riendo?—Ni áun ahora nos reímos, ob Alejandro, le contestó, siendo este el premio que recibimos de nuestros trabajos; sino que tenemos por muy dichosos á los que murieron ántes de ver que los Macedonios somos azotados con las varas de los Medos, y buscamos la intercesion de los Persas para acercarnos al Rey.» Miéntras Clito hablaba con este desenfado, y mientras Alejandro se le oponía y proferia contra él injurias, procuraban los más ancianos sosegar aquel alboroto; y Alejandro, vuelto entónces á Jenodoco de Cardia y Artemio de Colofon: «¡No os parece, les dijo, que los Griegos se hallan entre los Macedonios como los semidioses entre las fieras?» Pero Clito no cedia, sino que continuaba gritando que Alejandro dijese públicamente qué era lo que queria, y no llamara á su mesa á hombres libres que sabian hablar con franqueza; sino que viviera entre bárbaros y entre esclavos, que adorasen su ceñidor persiano y su túnica blanca. Entonces Alejandro, no pudiendo ya reprimir la ira, le tiró una de las manzanas que habia en la mesa, y fué á echar mano de la espada; pero Aristófanes, uno de los de la guardia, con prevision ia habia retirado; y sin embargo de que los demas le rodeaban y suplicaban, salió, y en lengua macedonia llamó á los mozos de armas, lo que era indicio de gran rebato, y al trompeta le mandó hacer señal, y porque se detenia y no cumplia lo mandado, le dió una puñada. Despues se reconoció que había hecho muy bien, y habia sido muy principal causa para que no se pusiera en armas y en confusion todo el campamento. A Clito, que nunca se apaciguaba, le sacaron los amigos no sin gran dificultad del cenador; pero volvió å entrar por otra puerta, recitando con desprecio é insolencia aquellos yambos de Eurípides en la Andrómaca:

ALEJANDRO.