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DION.

Esta calamidad fué la que principalmente franqueó las puertas de la ciudad á Dion, estando ya de acuerdo todos:

porque la casualidad hacía que áun hubiese acortado el paso, cuando oyó que los enemigos se habian encerrado en la ciudadela; pero entrado ya el dia, los de caballería fueron los primeros que le dieron noticia de la segunda invasion; y despues se presentaron algunos de los que ántes se habian opuesto, rogándole que acelerara la llegada.

Como el mal se agravase, Heraclides envió a su hermano, y despues á Teodotes su tio, pidiéndole que los socorriese, pues nadie habia que hiciese frente á los enemigos; él se hallaba herido, y la ciudad casi podia contarse por des— truida y abrasada. Hallábase Dion cuando le llegaron estas nuevas á distancia todavía de setenta estadios de la ciudad; pero manifestando á sus soldados el peligro é instándoles, ya no marcharon despacio, sino que los condujo á carrera á la ciudad, sucediéndose los mensajeros unos á otros para darle prisa. Habiendo, pues, sido increible la presteza y diligencia de los soldados, entró por las puertas, dirigiéndose á la parte de la ciudad llamada el Hecatompedo; y á las tropas ligeras les dió órden de marchar inmediatamente contra los enemigos, para que al verlas cobraran ánimo los Siracusanos. La infantería de línea la ordenó él mismo, y con ella los ciudadanos que acudian y se prestaban á agregarse á la milicia, formando divisiones y dándoles caudillos para que se presentara más terrible, cargando á un mismo tiempo por todas partes.

Dispuestas así las cosas y hechas plegarias á los Dioses, se le vió marchar con sus tropas por la ciudad contra los enemigos; con lo que fueron grandes en los Siracusanos la algazara, el gozo y. las aclamaciones, mezcladas con votos y exhortaciones: llamando á Dion salvador y númen tutelar, y á sus soldados hermanos y ciudadanos. No habia en aquella sazon ninguno tan amante de sí mismo y de la vida que no se mostrara más cuidadoso por Dion solo que por