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Plutarco.—Las vidas paralelas.

entrada á lisonjeras esperanzas en cuanto á aquel reinado que así se les sonreia.

Mas nada fué de tanto placer para todos ni le ganó tanto las voluntades, como lo ejecutado con Tigelino, pues nadie se hacía cargo de que estaba suficientemente castigado con el medio mismo de un castigo que la ciudad estaba exigiendo continuamente como una deuda pública, y con insufribles enfermedades que padecia. Los hombres de juicio además tenian en él por el último suplicio, equivalente á muchas muertes, sus torpezas y liviandades abominables con inmundas ramerillas á que todavía le arrastraba su disolucion y desarreglo; pero con todo, á la muchedumbre le era siempre de sumo disgusto que todavía viese el sol un hombre despues de tantos como por él no lo veian. Envió, pues, un comisionado contra él á sus campos de Sinuesa, donde entonces residía con barcos prevenidos para retirarse más lejos. Intentó no obstante corromper á fuerza de oro al enviado; y no habiéndolo conseguido, no por eso dejó de hacerle presentes, rogándole que esperara miéntras se hacía la barba; y tomando la navaja, se cortó á sí mismo el cuello.

Habiendo dado al pueblo este justo placer el nuevo César, jamás por sí mismo se acordó de vengar sus ofensas particulares, y mostrándose afable y benigno á todos, al principio no rehusó el que en los teatros le apellidaran Neron, y habiendo algunos colocado en sitios públicos estatuas de Neron no lo prohibió ó se opuso á ello; y aun refiere Calvisio Rufo que á España se enviaron despachos de los que se dan á los correos en los que el nombre de divo Neron estaba añadido al de Oton. Mas como llegase á entender que los hombres de juicio y de opinion se disgustaban de ello, lo dejó enteramente. Con ser esta la ordenacion que se propuso de gobierno, los pretorianos se le hacian molestos, previniéndole continuamente que no se fiase, que se guardase, y apartase de sí á los hombres de cierto crẻ.