El primer borracho.—¿Y ni siquiera puede usted beberse un vaso de vino?
El desconocido.—Desgraciadamente, no.
El segundo borracho.—¿Por qué le dices esas cosas? ¡No amargues sus últimos momentos! Llevamos toda la tarde bebiendo a su salud de usted. Con eso no le hacemos ningún daño, ¿verdad?
El primer borracho.—¡Claro que no! Al contrario; lo que hará es darle ánimos. ¡Adiós, joven! Lamentamos mucho su desgracia y, con su permiso, nos volvemos al 'buffet.
El segundo borracho.—¡Cuánta gente!
El primer borracho.—¡Vamos, vamos! Aprovechemos el tiempo, que en cuanto caiga cerrarán el establecimiento.
Llega un señor muy elegante, rodeado de nuevos curiosos. Es el corresponsal de los principales periódicos europeos. La gente, a su paso, murmura su nombre y le mira con admiración. Algunos bebedores salen del buffet para verle; hasta el mozo se asoma y le contempla, boquiabierto.
Voces.—¡El corresponsal! ¡El corresponsal!
La señora.—¡A que no le ve mi marido!
El turista gordo.—¡Petka, Macha, Sacha, Katia, Vasia, mirad! ¡El rey de los corresponsales! Lo que él escriba sucederá.
La segunda muchacha.—¿Pero adónde miras, Macha?
El primer colegial.—Papá: ¡no puedo más! ¡Que nos traigan unos empáredados!
El turista gordo (entusiasmado).—¡Qué tragedia,