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—No.

—No ha encendido usted el faro, y ha de abandonar inmediatamente el servicio. La barca que viene de San Geromo se ha deshecho sobre un banco de arena, y suerte que no se ha ahogado ningún tripulante, porque, de lo contrario, tendría usted que comparecer ante los tribunales.

Baje usted conmigo; el cónsul le informará de todo lo demás.El viejo se puso lívido: ¡era verdad, no había encendido el faro!

Unos días después hallábase Skawinski a bordo del vapor que sale de Aspinwal con rumbo a Nueva York. El desgraciado había perdido su empleo, y otra vez la vida trashumante se le presentaba ante los ojos. El viento había vuelto a tomar por su cuenta aquella hoja seca para arrastrarla de nuevo por los mares y por los continentes, continuando su juego burlón y cruel.

Durante aquellos pocos días habíase operado en el viejo un cambio sorprendente. Iba muy encorvado, y sólo sus ojos conservaban un brillo singular. Para emprender el nuevo viaje habíase buscado un compañero: era su librito, que llevaba constantemente apretado contra el pecho y que de vez en cuando tocaba con los dedos, cual si le atormentara la idea de que algún día pudiera desaparecerle.

FIN