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nosotros existiera algún enfado o estuviésemos dominados por enorme confusión. Hice lo indecible para poder hallarme un momento a solas con Liliana, pero no lo conseguí. Afortunadamente, vino en mi socorro la señora Atkins, diciéndome que la muchacha necesitaba hacer ejercicio, y que la molestaba mucho permanecer encajonada en la angostura del carro.

Pensé entonces que la haría mucho bien ir a caballo, y mandé a Simpson que ensillara uno para ella. En la caravana no teníamos sillas de amazona; pero, a falta de éstas, podíase utilizar perfectamente una de aquellas sillas mejicanas tan altas, que generalmente usan las mujeres en las lindes de los desiertos. Prohibí a Liliana que se alejase de la caravana, a fin de no perderla de vista, por más que era muy difícil extraviarse en la estepa, uniforme y lisa. En efecto; los hombres que mandaba yo a cazar rondaban a notables distancias por todos los lados de la caravana, de suerte que siempre habría podido encontrarse Liliana con algún cazador. Por parte de los indios no podía correr todavía ningún peligro, porque aquella parte de la estepa, hasta el Winnebago, sólo era recorrida por los Pawnis en tiempo de las grandes cacerías, que no habían empezado aún; pero el camino de la selva meridional estaba infestado de animales dañinos, y toda precaución era poca. Luego tenía la convicción de que Liliana permanecería prudentemente a mi lado, lo que nos permitiría estar solos con mucha frecuencia, pues de ordinario iba yo