Página:Liliana - El torrero - Yanko - Sueño profético (Narraciones).pdf/40

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
40
 

había hecho dueña absoluta de mi alma y de mi cuerpo por toda la eternidad.

—¡Liliana!, ¡Liliana!—añadí después—, jamás he de abandonarte; te seguiré por montes y desiertos, besaré las huellas de tus plantas y rezaré por ti. Sólo te pido que me quieras un poco; dime, dime tan sólo que ocupo un lugar en tu corazón.

Y así diciendo, me parecía que mi pecho iba a estallar, y ella, conturbada y confundida, no cesaba de decirme: —¡Ralf, bien lo sabes tú; tú lo sabes todo!

Lo que no sabía yo era si llorar o reír, si huir o permanecer a su lado. ¿Qué podría desear, qué podía apetecer, si me parecía que ya todo lo poseía en este mundo?

Desde aquel día estuvimos siempre juntos, cuanto lo permitían mis ocupaciones de capitán, que hasta llegar al Misuri fueron disminuyendo de día en día. Ninguna caravana ha viajado nunca tan felizmente como la nuestra en el transcurso del primer mes. La gente y las bestias se habían acostumbrado del todo a las órdenes y habían ido adquiriendo la experiencia de los viajes. Ya no era menester de mi parte tanta vigilancia, y la confianza que en mí tenían mantenía una excelente disposición en todo el campamento; además, la abundancia de víveres y el espléndido tiempo primaveral suscitaban la alegría y reforzaban la salud. Cada día estaba más persuadido de que mi atrevida resolución de conducir la caravana, no por la vía ordinaria de Saint—Louis y el Kansas,