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Las alabanzas y la entusiástica admiración de mis compañeros llegaba cada día a oídos de Liliana, a cuyos ojos enamorados aparecía yo como un héroe legendario. Decíale la señora Atkins: —Mientras tu polaco esté a tu lado, hasta bajo la lluvia puedes dormir, pues ya se las arreglará él para que no te mojes.

Y el corazón de mi niña se ensanchaba oyendo tales alabanzas.

Sin embargo, durante el vado del Misuri no pude consagrarle ni un momento, y sólo me fué dado decirle con los ojos lo que no podía con los labios; todo el día permanecí montado a caballo, ora en una orilla, ora en la otra, ora en medio de la corriente. Era de gran urgencia para mí abandonar lo antes posible aquellas densas aguas amarillentas, que continuamente arrastraban consigo troncos de árboles carcomidos, montones de ramas, follaje y hierbas, y, con esto, gran cantidad de fétida marga del Dacota, que produce calenturas.

Además, los hombres estaban rendidos de cansancio por la continua vigilia y enfermos los caballos a causa del agua malsana, que nosotros no podíamos beber sino después de tenerla algunas horas decantándose al través de un filtro improvisado con carbón reducido a polvo. Pero, por fin, después de ocho días, nos encontramos todos en la orilla derecha, con los carros intactos y habiendo perdido tan sólo siete cabezas entre mulos y caballos.