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dencia; pero el pobrecillo no podía hablar por tener destrozada la mandíbula de un hachazo.

Tan sólo pudo gañir: Pardon, my Captain, y entráronle en seguida unas convulsiones. Supuse lo que quería decirme, al acordarme de la bala que por la mañana me había rozado la cabeza, y le perdoné cual procedía a un cristiano. También pensé que bajaba con él al sepulcro su sentimiento profundo por Liliana, aunque no declarado, y que tal vez había buscado la muerte.

A media noche falleció, y le dimos sepultura bajo un gigantesco algodonero, en cuyo tronco grabé una cruz con mi cuchillo.

V

Al día siguiente proseguimos el viaje. Extendíase ante nosotros una landa todavía más dilatada, más llana y más agreste; una región que en aquel tiempo apenas había sido hollada por el pie de los blancos; en una palabra, nos hallábamos en la Nebraska.

Durante los primeros días avanzamos con bastante rapidez con los parajes despoblados de árboles; pero no sin dificultad, a causa de la carencia absoluta de leña. Las riberas del Platte, que corta en toda su longitud aquellas inmensas llanuras, están cubiertas por densos matorrales y sauces; pero veíamonos obligados a permanecer alejados del cauce plano de aquel río, que, como de