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ros; prefieren tratarse con gentes bromistas, amables y corteses. Se estima a algunos demasiado para que pueda amárseles. Infunden asombro, pero están demasiado por encima de nosotros para que podamos acercarnos a ellos con la confianza del amor.

Aquellos en quienes se dan unidos ambos sentimientos, hallarán que la emoción de lo sublime es más poderosa que la de lo bello; pero que si ésta no la acompaña o alterna con ella, acaba por fatigar y no puede ser disfrutada por tanto tiempo[1]. Los elevados sentimientos a que a veces se exalta la conversación de una sociedad escogida deben tener sus intermedios de broma regocijada, y las alegrías rientes deben formar, con los rostros conmovidos y serios, el hermoso contraste en que alternan espontáneamente ambos sentimientos. La amistad presenta principalmente el carácter de lo sublime; el amor sexual, el de lo bello. La delicadeza y el respeto profundo dan, sin embargo, a este último cierta dignidad y elevación, mientras las bromas traviesas y la confianza le acentúan el carácter bello. La tragedia se distingue, en mi sentir, principalmente de la comedia en


  1. Las sensaciones de lo sublime tienden las fuerzas del alma más enérgicamente, y fatigan antes, por tanto. Se podrá leer más largo tiempo sin interrupción una poesía pastoral que el Paraíso perdido, de Milton, y a La Bruyére mejor que a Young. Y hasta me parece una falta de este último, como poeta moralista, su uniformidad en el tono sublime, pues la energía de la expresión sólo puede ser renovada realzándola con pasajes más suaves. En lo bello nada cansa más que el arte trabajoso tras él adivinado. El esfuerzo por impresionar resulta penoso y produce una sensación de fatiga.