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como en sus adornos, en el galimatías—lo exagerado—, una especie de monstruosidad que es a lo magnífico lo que lo extravagante o chiflado con relación a lo sublime serio. En las ofensas acaba pronto en duelos o procesos, y en las relaciones ciudadanas, gusta de antepasados, preminencias y títulos. Mientras sólo es vanidoso, es decir, mientras busca honor y se esfuerza en hacerse visible, puede ser todavía soportado; pero cuando totalmente falto de verdaderas cualidades y méritos se pavonea orgulloso, viene a parar en lo que él menos quisiera, esto es, en un necio.

Puesto que en el compuesto flemático no suelen aparecer ingredientes de lo sublime y de lo bello en un grado particularmente apreciable, cae este carácter fuera del círculo de nuestro examen.

Sea cualquiera el género de las sensaciones tan delicadas de que hemos tratado hasta aquí, sublimes o bellas, sufren el destino común de aparecer como falsas y absurdas a los ojos de todo aquel cuya sensibilidad no concuerda con ellas. El hombre de aplicación tranquila y egoísta no tiene, por decirlo así, órganos para sentir el rasgo noble en una poesía o en una virtud heroica; lee con más gusto un Robinsón que un Grandisón, y tiene a Catón por un necio testarudo. De igual modo a personas de carácter algo serio parece frívolo aquello que para otras es encantador, y la juguetona ingenuidad de una acción pastoril les parece insignificante e insípida. Aunque no falte por completo una sensibilidad apropiada, los grados

Lo bello
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