La virtud de la mujer es una virtud bella[1]. La del sexo masculino debe ser una virtud noble. Evitarán el mal no por injusto, sino por feo, y actos virtuosos son para ellas los moralmente be llos. Nada de deber, nada de necesidad, nada de obligación. A la mujer es insoportable toda orden y toda constricción malhumorada. Hacen algo sólo porque les agrada, y el arte consiste en hacer que les agrade aquello que es bueno. Me parece difícil que el bello sexo sea capaz de principios, y espero no ofender con esto; también son extremadamente raros en el masculino. Por eso la Providencia ha otorgado a su pecho sentimientos bondadosos y benévolos, un fino sentimiento para la honestidad y un alma complaciente. No se exijan, además, sacrificios y generoso dominio de sí mismo. Un hombre no debe nunca decir a su mujer que ha puesto en peligro una parte de su fortuna por un amigo. Para qué encadenar su alegre locuacidad recargando su espíritu con un secreto cuya guarda a él solo incumbe? Aun muchas de sus debilidades son, por decirlo así, bellos defectos. La ofensa y el infortunio conmueven hasta la tristeza su alma tierna. El hombre no debe nunca de llorar más que lágrimas magnánimas. Las que derraman por dolores o por situaciones desdichadas lo hacen despreciable. La vanidad que se sue le reprochar al bello sexo, si es que en él resulta
- ↑ Fué ésta llamada antes (pág. 23), en juicio estrictovirtud adoptada; aquí, en gracia al favor que merece por el carácter de sexo, se la denomina, en general, una virtud bella.