EL ALMA DE LA MUJER 103 AAA _ OA A
de hacer. No hay mayor suplicio para la mujer que el no hacer nada, que el abstenerse de obrar en provecho de al- guien; las diversiones más raras y costosas no logran infun- dirle la satisfacción íntima y plena que recibe de su actividad normal bien empleada al servicio de su familia y de la hu- manidad.
Esta actividad natural de la mujer explica muchos cho- ques y desavenencias que acibaran su vida. La mujer, que cual todos los seres humanos cree que los demás están hechos y deben estarlo a. su imagen y semejanza, no logra compren- der el gusto contemplativo del hombre, su complacencia en la inacción, reputando su indolencia y despreocupación, de- fectos mucho más graves de lo que son en realidad. Resul- tan relativamente frecuentes los casos de conyuvicidio «¿2 parte de la mujer, por verdadero odio engendrado de la in- dolencia del marido.
Por el contrarió, el hombre que estima el ocio como +! mayor de los bienes, no comprende que la compensación ma- yor a que la mujer aspira sea la de cooperar al trabajo de su compañero, creyendo pagarla de sobra concediéndole en premio ese ocio que tan poco ambiciona.
He dicho que para la mujer el obrar no es deber, sino un goce, pero esto no quita que, consciente de los beneficios generales que éste su instinto rinde, desea se lo reconozcan como un mérito sus deudos y allegados que de él disfrutan. Mas sucede que el hombre, en su calidad de padre, hijo, o hermano, de patrono o jefe de una industria, aprecia en su justo valor la actividad de la mujer, y la remunera con di- nero y testimonios de admiración: y no estima esa actividad gran cosa, sobre todo en las clases superiores, cuando la mues- tra la mujer que él ama.
Por más que diga la Biblia que la mujer activa edifica la casa y que quien encuentra mujer activa encuentra un te- soro, piensa el hombre que la casa ya se la edificará él con su tesoro, y reclama un tesoro diferente del que le promete la
Biblia.
