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cura ningún placer ni siquiera cuando lo hace por modo per- fecto.

Leed las Memorias o las cartas de Sofía Kovalewski, que acreditó poseer las más brillantes aptitudes para las ma- temáticas, pues se la considera el primer matemático del si- glo. Pasóse la vida repitiendo que no había cosa que la abu- rriese tanto como practicar las matemáticas. El año que de- bía dedicar a prepararse para aspirar al premio Bourdin, en- tróle tal pasión por el bordado que fué necesaria toda la pa- ciencia de los esposos Loeffler para que por fin se dejase con- vencer de que debía aplicarse a las matemáticas.

Así suelen ocurrirlas también a muchas que llegan a conocer a fondo las matemáticas o el latín, lo que demues- tra que poseen aptitudes para tales estudios, y sin embargo, los dejan apznas salen del colegio, por no encontrar en ellos el menor placer. Sofía Kovalewski no hubiera vuelto a acor- darse en su vida de las matemáticas de no haberse arruinado su marido en los negocios. Esa aversión que a la técnica le tiene la mujer, lo mismo que a la teoría, hállase confirmada por la admiración sin límites o el supremo desprecio que a la una o la otra, respectivamente, muestra; pues al contratío de lo que muchos creen, es el desprecio muchas veces una for- ma del despecho que inspira algo que admiramos o compren- demos que cstá muy por encima de nuestras fuerzas.

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Este proceder por inspiración, esta repugnancia a aplí- car la técnica, no sólo le limita a la mujer el acceso a esas esferas en que la técnica es indispensable, sino que limita tam- bién su perfección. Para corregirse y perfeccionarse, es me- nester partir de un dato fijo—la regla o perfección ideal— e intentar alcanzarlo con un esfuerzo lógico en esa dirección determinada. Este esfuerzo resúltale sumamente penoso a la mujer. Esta tiene mucha más facilidad de inspiración que el hombre, pero no puede hacer nada, o mejor dicho, no halla placer en hacer nada como no sea a impulsos de la inspira- ción.—"“¿Mon Dieu, mon Dieu, pourquoi est-ce que tout me