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EL ALMA DE LA MUJER 17

todos podían conocer e interesarse personalmente por el que hablaba; donde la mujer podía juzgar de la inteligencia del interlocutor sin más ayuda que la de su fino husmo, pres- cindiendo de los consejos de la crítica, y todos podían ayu- darse material y moralmente Jos unos a los otros, sin más aspiración que el placer de ayudar al prójimo y recibir en re- torno su ayuda, y los literatos noveles podían hallarse en igualdad de condiciones, en contacto con los de las genera- ciones pasadas; esos salones donde el ingenio femenil podía fermentar y completar el masculino, y viceversa, ejercieron en el progreso de la cultura general un influjo harto mayot que muchas academias con ese fin fundadas, porque allí en- zontraba verdaderamente el genio, en la sutil intuición de la mujer, quien supiera distinguirlo antes que se manifestase en blico y en la femenina generosidad quien lo apoyase antes que tuviese en sus manos la gloria o el poder, a veces cuando los demás lo desdeñaban y ponían en entredicho, lo que es muy caro suceda nunca en los varoniles ateneos. Obsérvese que en siglo alguno rayaron tan alto hombres y mujeres, en punto a cultura, como en el 700, época que marca el apo- geo de los salones, con todo y no recibir entonces la mujer sino una instrucción totalmente rudimentaria y ser harto es- casas e inadecuadas las enseñanzas públicas ofrecidas a los va- zones.