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EL ALMA DE LA MUJER 93

El jovencito que aun no conoce la vida directamente, empieza a conocerla por los libros que lee y las palabras que oye. Si halla delante de sí buenos modelos, los buscará y en- contrará toda su vida; a él es a quien principalmente hemos de iluminar si queremos que las generaciones que nos siguen se ahorren sufrimientos y penas.

Pero para hacerse entender hay que empezar por enten- derse una, y es algo así como salirse del buen camino y echar de él también al hombre eso de proclamarse sus iguales. Este error tiene la culpa de nuestros sufrimientos y no debemos contribuir a agravarlo,

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No es además la causa de nuestros sufrimientos el ser distintas del hombre, sino el que éste no comprenda esa di- ferencia. Por lo que debemos procurar no suprimir a esta última, sino ilustrar al hombre acerca de ella. Cierto que esa diferencia nos hace sufrir y torna más dolorosa nuestra unión. Pero precisamente porque somos diferentes, es por lo que nuestra unión resulta más preciada. Porque limitándonos y completándonos, recíprocamente, podemos llegar a una ar- monía necesaria para nuestra perfección y para el progreso de la sociedad toda.

Esta armonía es la que debemos tener siempre a la vis- ta, que en ella, sin buscarla, encontraremos nuestra felicidad, quizá más fácilmente que no en las reivindicaciones, perjudi- ciales para los demás y acaso para nosotras, inútiles,